Los misterios de El Rinconcillo (1917)

El Federico García Lorca adolescente, aún atraído por la música, a la que consideraba su vocación principal, tomó pronto contacto con una tertulia del café Alameda formada por jóvenes creadores a la que bautizaron como El Rinconcillo. En el fondo del café, detrás de pequeño escenario donde actuaba un quinteto de cuerda con piano, había “un amplio rincón donde cabían dos o tres mesas con confortables divanes contra la pared” en el que los jóvenes clientes plantaron su sede.

La fundación de El Rinconcilllo fue consecuencia de la decadencia del Centro Artístico del que se habían separado sus socios más inconformistas a causa de su “provincianismo” y su apego a las artes plásticas más tradicionalistas.

Prueba de ese espíritu abierto y universal de los rinconcillistas es que dos de sus miembros más activos acabaron pronto en París: Manuel Ángeles Ortiz, discípulo de Picasso, e Ismael González de la Serna. Inmediatamente marcharían a Madrid también Federico y Francisco García Lorca o el académico de la Lengua Melchor Fernández Almagro.

Retrato de Federico García Lorca en torno a su época universitaria.
Retrato de Federico García Lorca en torno a su época universitaria. / Foto: Fundación FGL

Otros rinconcillistas fueron Francisco Soriano Lapresa (líder de aquel cenáculo sin jefes), Hermenegildo Lanz (grabador, escenógrafo y profesor), Juan Cristóbal (escultor), José Mora Guarnido (diplomático) y el periodista Constantino Ruiz Carnero. Además de los fijos, estaban los rinconcillistas de paso: una larga lista de personajes eminentes de la época.

También hubo tertulianos imaginarios concebidos para la diversión y la ironía. Uno de los hallazgos más felices de los integrantes de la tertulia fue la invención del poeta Isidoro Capdepón Fernández, un supuesto vate granadino que tras emigrar a Guatemala había regresado cubierto de laureles. Capdepón, poeta apócrifo y colectivo, fue una especie de antihéroe que representaba “toda la retórica al uso en los comienzos de siglo, del latiguillo y el sonsonete, del floripondio retórico, el versito de abanico, la oda conmemorativa”. Otro de los personajes inventados por los rinconcillistas, a partir de la palabra “convergen”, fue el improbable compositor sueco Konverghen, al que atribuyeron una copiosa obra que luego dieron a conocer por todos lados.