La música y la memoria (1912)

El aprendizaje y estudio de la música están unidos estrechamente a la biografía de Federico García Lorca desde niño. La familia paterna estaba repleta de buenos aficionados e intérpretes ocasionales que pusieron una intensa banda sonora a la infancia del joven Lorca. Baldomero García Rodríguez, hermano de su padre, fue sin proponérselo uno de los primeros preceptores. Baldomero unía a su talento musical un talante bohemio y desordenado que le atrajo la mala fama entre los suyos. Era cojo a causa de un defecto congénito y famoso por sus espectaculares borracheras, sus amores obsesivos y las coplas maliciosas que solía entonar. Por el contrario, era un gran intérprete de guitarra y bandurria. Francisco García Lorca lo define como “una especie de juglar pueblerino” más bien maldito al que la familia se refería como un contra ejemplo: “¡Ya tenemos a otro Baldomero!”, solían decir cuando Federico usaba palabras que consideraban indebidas, a lo que él respondía: “¡Sería un honor para mí ser como él!”. Isabel García Rodríguez, la hermana menor del padre, también fue una excelente aficionada que solía interpretar lánguidas habaneras. Igual que la prima hermana Aurelia González García, la de Los sueños de mi prima Aurelia.

Lorca ante su piano en la casa de la Acera del Casino.
Lorca ante su piano en la casa de la Acera del Casino. / Foto: Fundación FGL

El folclore de la Vega fue la música que meció la fantasía del joven Lorca y nutrió un rico repertorio popular que lo llevó a armonizar y grabar, en 1931, las canciones españolas con La Argentinita y a convertirlo en un notable concertista.

Isabel García Lorca recuerda en sus memorias muchas de las canciones populares de la Vega que se colaron luego en la obra de su hermano: “En Federico [las coplas] aparecen como cantos fundidos en su sentir, que él revive en un presente que ya no es el de su infancia, avivando un recuerdo que ahora ve diferente y pasado”.

Cuando la familia se mudó a Granada, Federico completó su formación. Tuvo tres profesores que le revelaron los secretos del solfeo: Eduardo Orense, organista de la Catedral y al mismo tiempo pianista del Casino; Juan Benítez, también organista catedralicio y, sobre todo, Antonio Segura Mesa, pianista, compositor y profesor gratuito de solfeo y armonía en la Escuela Municipal de Música que, con 20 años, fue acompañante del cantante Giorgio Ronconi en la Escuela de Canto y Declamación Isabel II. Federico dedicó a Segura su primer libro, Impresiones y paisajes: “A la venerada memoria de mi viejo maestro de música, que pasaba sus sarmentosas manos, que tanto habían pulsado pianos y escrito ritmos sobre el aire, por sus cabellos de plata crepuscular”.