En el verano de 1933, mientras Federico García Lorca continuaba de gira con La Barraca, se estrenó en Montevideo y Buenos Aires, por la compañía de Lola Membrives, Bodas de sangre. La acogida fue de tal magnitud que el productor lo invitó a trasladarse a América, dirigir un nuevo montaje y a pronunciar varias conferencias ante un público expectante y entregado.
Su viaje a Buenos Aires le reveló la verdadera dimensión de su literatura en Hispanoamérica.
Lorca no dudó. El 29 de septiembre, a bordo del Conte Grande, partió para Buenos Aires en compañía del escenógrafo Manuel Fontanals. Tras dos escalas en Río de Janeiro y Montevideo, llegaron a Argentina el 13 de octubre. Entre ese mes y marzo de 1934 Lorca dirigió, además de Bodas de sangre, dos de sus obras más granadinas, Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa y una adaptación del Retablillo de don Cristóbal.
Tras pisar América del Sur comprobó con asombro la popularidad que tenía en Argentina. Si el viaje a Nueva York, en 1929, fue para el poeta el descubrimiento de la urbe moderna que tanta huella dejó en su obra, el de Buenos Aires le reveló la verdadera dimensión de su literatura en Hispanoamérica. Lorca concedió numerosas entrevistas y leyó e interpretó al piano la conferencia Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre. Con Pablo Neruda, entonces cónsul de Chile en Argentina, leyó la famosa conferencia a dos voces Discurso al alimón sobre Rubén Darío.
Bodas de sangre llegó hasta las 150 representaciones en Buenos Aires, lo que le reportó unos ingresos que le permitieron por primera vez su independencia económica. En Montevideo se reencontró con sus amigos José Mora Guarnido, tertuliano de El Rinconcillo, y con Enrique Díaz-Canedo, entonces embajador de España en Uruguay.