Ruta lorquiana de Víznar y Alfacar

Esta ruta, ideal para hacer a pie, supone un agradable paseo exento de dificultad entre los pueblos de Víznar y Alfacar. Recorre los principales lugares asociados a los últimos momentos de la vida de Federico García Lorca y a su asesinato.

Datos de la ruta

Longitud del recorrido:
3 kilómetros
Duración estimada:
2 horas (45 minutos caminando)
Modo de realizarla:
A pie
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Lugares que componen la ruta

A partir de agosto de 1936, Víznar se convirtió en uno de los lugares más sangrientos de la represión en Granada. El palacio, situado en el centro de la población, fue ocupado tras la sublevación militar por las fuerzas facciosas para dirigir los movimientos de las tropas y rechazar las incursiones de las fuerzas republicanas.

Poco queda del histórico edificio derribado en la década de 1970, que fue campamento infantil durante la República y acabó transformado en una ignominiosa cárcel tras la sublevación de 1936. Aquí pasaron sus últimas horas cientos de represaliados, entre ellos García Lorca, antes de ser ejecutados en los barrancos cercanos.

Es una zona cubierta por pinares espesos de repoblación, lo que permitió encubrir las tumbas tras las ejecuciones en masa cometidas a partir de julio de 1936 en Granada. El barranco está repleto de fosas comunes de todos los tamaños, donde fueron sepultadas miles de personas en represalia por sus simpatías con la República.

En este lugar, campamento de tropas al comienzo de la Guerra Civil, se realizaron en 2014 y 2016 búsquedas del cuerpo de Lorca con resultado infructuoso. Varios investigadores y testigos coinciden en señalar que aquí fueron ejecutados y enterrados Federico y sus compañeros de pelotón la madrugada del 17 o 18 de agosto de 1936.

Fue inaugurado en 1986 por la Diputación para rendir homenaje a Federico en el lugar donde se creía que cayó asesinado junto a sus tres compañeros de ejecución y para recordar a todas las personas fusiladas en una amplia franja de terreno que va desde Alfacar a Víznar, ahora señalizada como lugar de Memoria Histórica.

Este manantial, cercano a la zona de ejecuciones de la Guerra Civil, está simbólicamente ligado a aquellos momentos dramáticos por motivos morfológicos: El agua aflora en pequeñas burbujas que recuerdan a las lágrimas y la fuente tiene forma lenticular, de gota o incluso de ojo, lo que refuerza la asociación con el llanto.

El relato de los últimos días de Federico García Lorca, los comprendidos entre el 9 y el 17 de agosto de 1936, empieza en Granada, en una apacible y céntrica casa burguesa propiedad de un respetado comerciante, padre de siete hijos, la mayoría vinculados a Falange; continúa en otro inmueble mucho más decrépito y siniestro distante unos 300 metros, el antiguo Gobierno Civil, y culmina de manera sangrienta en Alfacar y Víznar, dos pequeñas poblaciones situadas a solo diez kilómetros de la capital donde los sublevados, primero, establecieron la cabeza del sector noroeste al comienzo de la guerra y, segundo, crearon el mayor centro de exterminio de simpatizantes de izquierdas. Un halo de normalidad doméstica se funde con otro de odio desbocado: la antigua y pacífica vecindad transformada en aborrecimiento asesino.

El asesinato de García Lorca, como el de otros miles de personas sin más culpa que sus inclinaciones ideológicas, fue un crimen político. Los odios personales fruto de la envidia y las rencillas familiares solo fueron eventualidades accesorias. El desencadenante del asesinato fue ideológico. El itinerario que va desde la huida hasta la muerte comprende unos pocos escenarios y unas cuantas maquinaciones y complicidades. Primero, la casa de la familia Rosales, en la calle Angulo, hoy transformada en un reposado hotel lleno de viajeros. Luego, el Gobierno Civil de Granada que desde los primeros días de la guerra se convirtió en centro administrativo del terror. El espacio que ocupó la sala donde Federico pasó las horas previas a su muerte coincide paradójicamente con el actual emplazamiento del Departamento de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho.

Los caminos donde fue fusilado, en cambio, en Víznar y Alfacar, no han experimentado cambios tan amables. La carretera que une ambas poblaciones es hoy un lugar frecuentado por paseantes y deportistas. Pero pese a la belleza pujante del paisaje persiste una rara sensación de pesar y grandeza fúnebre. El visitante tiene la misma sensación que cuando visita un cementerio civil. A lo largo de dos kilómetros quedan los lugares simbólicos, como la Fuente de Las Lágrimas o de Aynadamar, vinculada desde los primeros días de la guerra con el asesinato; el propio Barranco de Víznar, donde cayeron miles de personas, lleno de ecos funerarios y de pinos de repoblación plantados para ocultar las fosas. Está también el Peñón del Colorado, el espacio donde las tropas franquistas hacían la instrucción y recibían con honores a los prohombres del Régimen. De La Colonia, el edificio de vacaciones infantiles convertido en el lugar de reclusión de los condenados a muerte, restan unas pocas ruinas.

Esos son los vestigios del pasado. Del presente queda, como contrapartida, el Parque Federico García Lorca, construido por las instituciones democráticas junto al viejo olivo donde se suponía que estaban los restos del poeta y de sus compañeros de fusilamiento. Los buscaron pero, como él predijo en sus versos, no los encontraron. Quizá porque Lorca y la gran tragedia que allí aconteció ocupan el ámbito completo y están tan cerca que solo son aprehensibles para la memoria dolorida.